03 Jun La Calavera
Creció rodeada de cuidados. Nada de golpes en los primeros meses. Todos la sujetaron hasta que se mantuvo por sí misma, con sus fontanelas cerradas.
Después supo que era fuerte. De las partes más duras del cuerpo humano o animal. Supo que ciertos alimentos la endurecerían y otros tantos podrían debilitarla. Pero ella tenía hambre de todo.
Quería comer, beber, practicar sexo oral, fumar, moverse al son de un baile antiguo o nuevo…
Quería hablar, cantar, aullar, ladrar, relinchar… Incluso a veces, jugaba a que ojos ajenos leyeran su mandíbula sin emitir sonidos.
Lo quería todo, en todo momento y para siempre. Pero un día, la madre muerte la visitó mientras dormía. La calavera soñaba en ese instante con lo que haría al día siguiente. Su madre acarició su hueso cigomático.
– Despierta… – susurró.
– Pero, ¡me quedan muchas cosas por hacer! Necesito más tiempo.
– Sin embargo, has hecho todo lo que te ha permitido el tiempo que te di.
– ¿Podrías regalarme un poco más?
– Cuando visito a alguien, sólo lo hago una vez. Dentro de poco, la carne y la sangre se desprenderán de ti. Y tú, querida hija, lucirás hermosa eternamente en un escaparate de la tienda mexicana que elijas.
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