Otros Lugares
Corazón gigante - Filtirés
17366
post-template-default,single,single-post,postid-17366,single-format-standard,theme-bridge,bridge-core-1.0.6,woocommerce-no-js,ajax_fade,page_not_loaded,,qode-title-hidden,side_area_uncovered_from_content,columns-3,qode-theme-ver-18.2,qode-theme-bridge,qode_header_in_grid,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.5,vc_responsive

Corazón gigante

Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo, habitó en las tierras de Puebla de Alcocer un gigante.

– Es raro…

– Yo diría que es grande…

– ¿Grande? ¡Pero si es un gigante!

– ¡Dios mío! – exclamaban todos cuando lo veían. La familia no daba crédito, no sabía qué hacer con él. A medida que fue creciendo, sus padres tuvieron que hacer cambios en el hogar. Ampliaciones por aquí, reformas del suelo para reforzarlo por allá… A pesar de las dificultades, le querían y sufrían mucho por todo lo que tenían que hacer para que fuera feliz. Pero el niño creció en un ambiente hostil. Todos le temían y se apartaban cuando pasaba por su lado.

Un mal día, su familia consultó al sacerdote del pueblo…

– Sin duda esto es obra del maligno. Debéis deshaceros de él. – sentenció el cura sin dudar un segundo.

Siguiendo las instrucciones del religioso y con todo su pesar, la familia recluyó a su más grande y amado hijo en el castillo del pueblo, situado en la colina más alta. Cuentan que para encerrarlo necesitaron la ayuda de la mitad de los habitantes del lugar. 

– Así estará más cerca de Dios… – reían algunos.

– Igual así es bendecido y reduce su tamaño… – se engañaban, ingenuos, otros.

El gigante pasó muchos años encerrado en aquella gran fortaleza. Desde allí podía ver todo el pueblo y lo que hacían sus habitantes cada día. Al oeste divisaba un gran lago que bañaba las tierras y horizontes inalcanzables rodeaban su mirada presa. Concentrarse en los atardeceres le ayudaba a calmar su rabia y la gran cercanía con las estrellas era un bálsamo perfecto para conciliar el sueño.

Pero nunca perdió la esperanza, pues su madre le llevaba comida a escondidas cada noche. Sus palabras le mecían en medio de aquella desgracia.

– “Tranquilo mi niño. Yo no creo en el demonio…”

Una mañana temprano, mucho tiempo después, el director de un gran circo de los horrores se acercó a una anciana en la plaza del pueblo.

– Perdone señora… Estoy buscando un prodigio para que trabaje conmigo. Me cuentan que hay uno bastante grande por aquí.

– Sí señor. Pero hace muchos años que no le vemos. Está encerrado en el castillo. Tuvo que ser así porque…

– Oh, bien. De acuerdo. No se preocupe. ¿Tiene familia? ¿Podría hablar con sus padres?

– Creo que sí… Su casa está aquí al lado. Venga conmigo.

La familia aceptó de buen grado la propuesta del director del circo, que ofreció una gran suma de dinero. Era una gran oportunidad para el gigante, para poder ser libre y ganarse la vida. Pero no iba a ser empresa fácil. Tras mucho tiempo de abandono y su caída en desgracia, el gigante se negaba a irse del pueblo. El rencor y la tristeza hicieron mella en su enorme corazón y prefería mil veces la opción de vivir en el castillo encerrado a la de marcharse con extraños. Anhelaba, en secreto, poder librarse de su cárcel de piedra y estar con su madre.

– De acuerdo. Ese maldito monstruo no quiere venir con nosotros. No ha habido forma de convencerle. Así que, demos el siguiente paso…

Una noche cerrada, sin estrellas ni luna, el director del circo dio ese paso.

– ¿Quién anda ahí? ¿Quién es?… ¡No! ¡No! ¿Qué esta haciendo usted?

– ¡Cállese!

La jaula utilizada en otro tiempo por animales fue despejada y la madre del gigante fue encerrada en ella a la fuerza. El director dispuso todo para salir hacia un bosque cercano y esconderse allí. Pensó que si el gigante se enteraba del rapto de su madre vendría a rescatarla y podría entonces, capturarle a él.

– “Si no viene por su voluntad, vendrá por la mía…”

A la mañana siguiente, el pueblo se despertó con la preocupante desaparición de su vecina. El revuelo de los habitantes y los gritos de los que la buscaban alertaron al gigante que, desquiciado, no tardó en enterarse de la fatal noticia y subir al rincón más alto del castillo para buscar a su madre. En pocos minutos, gracias a su posición privilegiada, pudo ver a la horrorosa caravana circense penetrando en el bosque. Entonces, la rabia invadió cada músculo del gigante. Corrió como un loco hacia la puerta de entrada a la fortaleza y tiró tan fuerte que la echó abajo en un instante.

– Será mejor para ti que la sueltes. -El silencio pesaba como una losa en el claro del bosque. Los monstruos que acompañaban al director del circo tenían rodeaba a la pobre mujer.

– Ven conmigo y la dejaré libre. Grandes éxitos te aguardan. ¡Tienes una oportunidad de oro! ¡No la dejes escapar! -Pero el gigante solo miraba a su madre.

– He dicho… ¡qué la sueltes! – el director del circo ni siquiera tuvo tiempo de pestañear cuando el enorme gigante se abalanzó sobre él. Con una sola mano lo sujetó del cuello y lo dejó suspendido en el aire. Después, se dirigió a los monstruos.

– Soltadla. Ya… – Pero estaban tan sorprendidos que se quedaron paralizados. En ese momento, el gigante comprendió lo que ocurría.

– Sois sus esclavos ¿no? ¿Os tiene retenidos? – El miedo asomaba en cada mirada de aquellos pobres seres. Tras una pausa eterna y sin mediar una palabra más, el gigante agarró una soga que había en el suelo y ató al director del circo a un árbol mientras le susurraba al oído: “Mereces quedarte atrapado. El único monstruo que veo aquí eres tú“. Después, volvió a dirigirse a los monstruos que observaban la escena atónitos.

– ¡Huid! ¡Marchaos! Venga, coged todo lo que necesitéis. No quiero que ninguno de vosotros siga aquí cuando caiga la noche. – La madre del gigante, todavía temblando, se abrazó fuerte a su hijo y juntos, emprendieron el camino a casa.

– Perdóname hijo mío… – balbuceaba entre sollozos atravesando el sendero que conducía al pueblo.

Pocos días después, todo el mundo supo lo ocurrido. Todos en el pueblo se convencieron de la bondad de su gran vecino. Nadie más se burló de sus grandes manos, de sus enormes piernas y todos supieron, por fin, que tenía un corazón gigante.

Chesku Jimenez Andrade-Saquete
chesku.jimenez@gmail.com
No Comments

Post A Comment